Perros callejeros
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Perros callejeros.- Están ahí abajo, en las esquinas, atados a sus perros con una cuerda al cuello que anticipa, simbólicamente, su destino. Comen latas de sardinas con los dedos y con los dientes le sacan bocados al pan, tumbados en la acera. «¡Colega, colega! un eurillo ahí». Adornan las calles con su inconformismo y sus aros metálicos que atraviesan de parte a parte su cerebro escariado ya por los tatuajes. La gente acomodada vuelve la cabeza para mirar. No entienden que la roña sea un arma de protesta, ni entienden ese desaliño de falsos pobres. No entienden ninguna señal. Nadie los ha invitado a esta fiesta. Son figurantes callejeros indeseados del siglo que comienza y se hunde. Excrecencias. Se mueven al ritmo del candombe y las congas, hasta el hastío. Son objetos del nuevo mobiliario de la urbe que los devora y los arroja al basurero, hijos irredentos de la secta del perro. «¿Y yo?», le pregunto al que me pide todos los días. «¿Tú?, tú eres un jodido pringado, tío». Juan Yanes
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