La fundación del día
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La fundación del día
He salido al balcón que da a la calle de la casa en la que vivo, para regar las macetas. Es temprano, quizá no sean aún las siete de la mañana. La señora que vive enfrente de mi casa ya se ha levantado también y está tendiendo la ropa en su azotea. Lo hace con una precisión milimétrica: primero los paños de cocina, todos parejos, a la misma distancia, luego las toallas, a continuación las sábanas bajeras —lo sé porque descubro una especie de elástico alrededor del borde—, y así hasta que llena al tendedero. Todavía no hay mucha luz. De la calle sube un rumor dudoso, entrecortado. Hay en el aire un cierto dulzor. Pasa la gente, esporádicamente, hacia el trabajo. Caminan deprisa, mostrando una especial energía. La vida se despereza y se echa a andar. Parece que todo tiene ganas de vivir, como si algo fuera inminente. Es el principio inevitable del mundo. El indeciso comienzo del día, su fundación.
Juan Yanes
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