¡Guau, guau!
.
¡Guau, guau!
Estaba yo releyendo, ensimismado, las Fábulas literarias en verso castellano, de don Tomás de Iriarte, cuando me veo rodeado de esforzados bichos morigeradores, regeneracionistas, ilustrados, profusamente didácticos y hasta subversivos, diría yo… hermosos. Cada uno con su ruido peculiar, el onomatopéyico guau, guau de dos chuchos y el majestuoso trino de la dulce filomena. Como si de un coro celestial se tratara, aquellas fábulas mezclaban en el aire el croar de las ranas o el crascitar de los cuervos, ¡la rebambaramba, el cultísimo nombre del ruido de los cuervos! Por aquí, delicados rebuznos. Por allá, apremiantes relinchos, ladridos varios, dulces mugidos, irresistibles gorjeos, zureos, jijeos, ronroneos, titeos, cuchichís, bramidos, silbidos, grajeos, trisados, berridos, graznidos, maullidos, cloqueos, rugidos, chirridos, garlidos, piopíos, ¡qué se yo! ¡Imagínense! Te quedas epatado, sobre todo si eres ecologista de pedigrí, como el menda. Agucé el oído y pude escuchar, en medio de aquella algarabía, balidos enternecedores, trinos sonoros, abrasadores arrullos, insinuantes hipidos… cantos en fin. ¡Hostias, me dije, esto es la Arcadia y yo soy el buen salvaje! El mundo ha cambiado por arte de birlibirloque, ¡Salut, bois couronnés d’un reste de verdure!, dije yo citando a Lamartine para impresionar a don Tomás que me miraba entusiasmado desde el fondo de todas las fábulas.
Juan Yanes
.
.
.
.
.
.
.
leave a comment