Rosa, rosae
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Rosa, rosae
Estuve hablando seriamente con la rosa. Le dije que no podía seguir así. Que esto iba a terminar mal. Que hay maneras y maneras de estar. Que ese afán por destacar. Que esa exagerada exhibición de belleza. Que ese prurito, ese persistente deseo de notoriedad no es más que un síntoma de mal gusto. Que debería vestirse con colores más modestos y apagados. Que llamaba demasiado la atención. Que no podía estar toda la vida siendo el centro de todo. Que esa proclividad al exhibicionismo… Mírame a mí, le dije en un momento de la conversación, que soy un cardo, encarnación perfecta del aurea mediocritas. No sé si la convencí. Yo creo que no. Estas cosas son siempre delicadas. Me pareció que se puso roja como un tomate, pero no estoy seguro porque era de color carmesí.
Juan Yanes
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¡Ay!, qué mala es la envidia.
Me gustó mucho.
Bueno, nosotros los cardos borriqueros tenemos que hacer nuestro trabajo. Un abrazo